EL AMOR DE LUIS

- Trabajo como un esclavo doce horas diarias, apenas la veo despierta una hora antes de que nos vayamos a dormir, pero lo hago por ella, como hago todo en esta vida, para mantenerla, para darle un hogar, que tenga todas las comodidades sin tener que trabajar.
» ¿Y qué pido a cambio? Muy poco, una taza de café caliente por las mañanas, que desde que le compré el microondas me la tengo que calentar yo mismo, un bocadillo para llevar al trabajo, que en los últimos tiempos me deja preparado por la noche, porque dice que está demasiado cansada para levantarse a prepararlo por la mañana y una cena caliente por la noche. Y últimamente ni esto último tengo, porque se junta con sus amigas de tarde y cuando llega a casa, más o menos a la misma hora que yo, tenemos tanta hambre que prepara lo primero que se nos ocurre, con tal de no tener que esperar para cenar.
» La quiero con toda mi alma, no te quepa ninguna duda, pero hace tiempo que no tengo tan claros sus sentimientos.
» No es sólo el tema de las comidas ¿tu sabes cuanto tiempo hace que no hacemos el amor? Ya no sé si me acordaré de cómo se hace. No es normal, que uno se pasa el día trabajando y cuando llega a casa no puede tener, aunque sólo sea, un pequeño placer. Que si le duele la cabeza, que si es tarde y hay que dormir, que si no le apetece, a veces creo que estoy durmiendo con mi suegra en lugar de con mi mujer. Yo creo que tiene un amante ¿sabes?
» Sí lo sé, soy un poco celoso, pero son tantas horas sin mi ¿y qué hace? ¿Comprar? Pero si eso en media hora se hace. ¿Hacer la cama? ¿Limpiar la casa? No lleva tanto tiempo, eso se hace en el tiempo que te fumas un cigarro ¿a que si? Además la casa últimamente parece una pocilga, yo creo que hace semanas que no limpia el polvo.
» Y ¿tú has visto los repartidores de butano, que hay ahora, lo fuertes que están? Vamos que cualquiera de ellos me daría una paliza sin despeinarse, y ya sabes como son las mujeres, como les gustan los músculos y yo de eso más bien poco. O tal vez sea el marido de alguna de esas cotorras que tiene por amigas, o el vecino de abajo, ese jovencito que aún no deben ni de haberle destetado. El otro día la pillé hablando con él cuando llegaba de trabajar y se les veía muy amigos.
» Y siempre a vueltas con sus amigas “Y a Manoli su marido le ha comprado un coche” “María se ha hecho un listin de esos y ha quedado guapísima”, menospreciándome, como si yo tuviera la culpa de no ser médico como el marido de Manolo o abogado como el de María. Yo soy un currante y lo hago todo por ella ¿no le basta? ¿Para que puede querer más?
» Porque ella siempre quiere más “tenemos que comprar unas fundas para los sofás, que están muy viejas”, “Cariño ¿y si cambiamos la cocina?”, “Luís cómprame un vestido que hace mucho que no me veo guapa” Pero si yo la veo como lo más guapo de este universo y parte del siguiente. No necesita más.
» Y mientras, yo no puedo ver a mis amigos, que si nada más que tengo amigos borrachos, que si no conozco más que bares, que vaya directo a casa del trabajo. No puedo hacer lo que quiera con mi dinero, pero ella lo derrocha en cualquier tontería, ya no sé ni cuantos pares de zapatos tiene.
» No me malinterpretes, la amo, daría la vida por ella, pero tiene esos detalles que me sacan de quicio, será la regla o ¿yo que sé? Hoy mismo hemos discutido por la cena y sin querer, una cosa ha llevado a otra y nos hemos acabado insultando. Sé que no debería haberla llamado puta, pero ella me llamó primero borracho y se cagó en mi madre que en paz descanse, ella que era tan santa…
- ¿Qué pasará ahí fuera? Hay una pareja de policía en la puerta – Interrumpió el camarero.
- Yo les he llamado, vienen a por mí.
- ¿Qué? Creo que no entiendo.
- Toma – Luís sacó un billete de diez euros y lo puso sobre la barra, mientras los policías entraban en el local – Cóbrate y quédate con la vuelta de propina. Creo que no nos vamos a ver en mucho tiempo.
- ¿Luís Suárez? – dijo uno de los policías – Queda detenido por el asesinato de Claudia Romero.
Al oírlo en boca de otra persona, fue cuando Luís se dio cuenta por fin de lo que había hecho y rompió a llorar a lagrima viva.
El camarero, anonadado, se había quedado paralizado sin haber visto siquiera los diez euros que reposaban sobre el mostrador.
- ¿Lo ha hecho? ¿Ha matado a su mujer? Es imposible, era lo que más quería en este mundo – se atrevió a decir por fin – Siempre estaba hablando de ella. No lo entiendo.
- Tal vez la quisiera demasiado – dijo uno de los policías mientras su compañero le colocaba las esposas a Luís.
Mientras los policías sacaban a Luís del bar y lo introducían en el coche patrulla, ante la expectación de decenas de vecinos curiosos, que no acababan de entender lo que había pasado, el detenido no paraba de llorar y entre los sollozos, sólo dos palabras, gurgutadas a media voz y repetidas una y otra vez, como si aquella simple oración fuera suficiente para deshacer parte del terrible acto que acababa de cometer. “Lo siento”.

 

Rogelio Pleba