FIN
Soy el último
superviviente de una especie condenada a una pronta extinción,
no importa quien fui o quien fuimos, no importa lo que hicimos o
dejamos de hacer, ahora estamos aquí y eso es lo que importa.
Camino por un yermo solitario de un planeta inhabitado donde no
crece nada desde hace siglos, el viento sopla e hiere la tierra
desprotegida, cortando la roca en formas que sólo la naturaleza
puede imaginar, nada sobrevive aquí mucho tiempo.
Hubo un tiempo que teníamos miles de sistemas solares y
planetas, que la galaxia entera estaba a nuestros pies, nuestro
solo nombre era respetado y temido a partes iguales por nuestros
aliados y enemigos.
Hoy los aliados olvidaron que existimos y los enemigos
bueno supongo que para ellos seremos sólo una página en los
libros de historia que amarillean en alguna olvidada biblioteca
de sus sistemas estelares.
Supongo que todos hacemos nuestro propio destino, si es así,
alguna culpa tendremos de haber llegado a esta situación, en
algún momento de nuestra historia, alguien apretó el botón
equivocado o escogió la dirección incorrecta, pudo haber sido
la más tonta de las decisiones, quizás escogió el cable rojo
en lugar del azul o decidió comer carne en lugar de pescado.
Pero tal vez fuera inevitable, supongo que todo se acaba algún
día incluso el universo mismo podría llegar a colapsar sin
previo aviso en cualquier momento.
Recuerdo mi infancia, en otro tiempo, en otro lugar, un tiempo
feliz, decadente, pero feliz, como si fuera ayer y tal vez lo
fue, apenas un suspiro en la inmensidad temporal de lo
permanente. Éramos apenas un centenar de los nuestros, un
reducto colonial sin más contacto con nuestro pasado que unos
libros en una lengua que sólo los más viejos eran capaces a
traducir y unas maquinas herrumbrosas, olvidadas en la parte de
atrás de nuestro centro comunitario y que un día, seguro,
vieron mejor utilización.
Nuestro destino estaba sellado ya en aquel momento, no era culpa
nuestra, no habíamos hecho nada para merecerlo, simplemente
tenía que ocurrir, alguien había decidido que era el momento de
incluir la palabra FIN en nuestra historia, puede que
nuestros antepasados se hubieran hecho acreedores al futuro que
sus hijos debían sufrir, pero no nosotros. En muchas culturas
los hijos deben pagar los errores que sus padres cometen y
supongo que de una manera u otra todos estamos atados a esa ley
inexorable.
La arena que se acumula en mis pestañas y cejas hace tiempo que
secó cualquier posible lagrima de incomprensión, salida de unos
ojos, creados para ver las más bellas maravillas que la más
imaginativa mente pudiera ver o crear. Quizás en otro tiempo fue
posible, quizás mis antepasados conocieran planetas llenos de
azul y verde, quizás disfrutaran con las puesta de sol o las
salidas de las lunas, quizás se maravillaran ante la visión del
firmamento en el lugar más recóndito de la galaxia,
probablemente vieran con sus ojos, exploradores, las más bellas
nebulosas, como el niño que descubre por primera vez un color,
un sabor o un olor. O quizás sólo pasaban por allí, sólo
atendían a su camino y su misión, ocupados en una ganancia que
nunca les haría sentir paz de espíritu, en un eterno ciclo de
amanecer y anochecer sin significado, en una vida vacía que
intentaban llenar torpemente con la acumulación de propiedades.
Ahora nunca sabré para que nacimos, ahora nunca obtendré la
respuesta a las grandes preguntas que toda especie se ha hecho a
lo largo de la historia y la verdad es que no me importa, no es
eso lo que añoro sino la compañía de los míos y todo aquello
que no he podido ver o conocer.
Mi magnánimo dios, si es que existe, está a punto de acogerme,
pronto los ojos de los míos se cerraran por última vez y una
pieza más del mecanismo que mueve el universo habrá finalizado
su vida útil, sólo una más entre millones, sólo algo que
olvidar, que brilló efímeramente en un tiempo y lugar pasados.
Rogelio Pleba