EN LA OSCURIDAD Y EL SILENCIO
¿Dónde podía haber ido?
Estaba seguro de haberlo visto bajar al piso de abajo, pero lo
había perdido en las impenetrables sombras donde nunca llegaba
la luz del sol.
Aquel hombre había entrado, aprovechando el tiempo que el
portón permanece abierto después de entrar un coche, en plena
madrugada. Cara desconocida, pero actitud decidida como si
tuviera claro donde iba, como una persona acostumbrada a recorrer
el garaje. La misma actitud que yo mostraría si me metiera en un
garaje a robar, la misma que engañaría a muchos vigilantes.
Pero no a mí.
Encerrado como estaba en la oficina, mirando la idiotizante
programación nocturna de la televisión, no había tenido tiempo
de reaccionar.
No esperaba ver entrar a pie a nadie y menos a alguien
desconocido a esas horas en que los últimos rezagados llegan con
sus coches, de vuelta al hogar y aún quedan tres horas para que
los primeros adelantados de la mañana empiecen a llegar a
recoger sus vehículos, para empezar un nuevo día de trabajo.
Esas horas en que sólo la oscuridad y el silencio reinan en el
interior de un garaje.
Por eso, el individuo, tuvo tiempo suficiente de llegar a la
rampa de descenso mientras yo salía de la oficina.
Se suponía que podía seguir sus pasos cómodamente sin moverme
del sillón, a través de la red de cámaras instaladas por todo
el recinto, eso se me había dicho cuando se me contrató y eso
había sucedido los primeros meses, hasta que la primera cámara
se estropeó y nadie quiso gastarse el dinero en arreglarla, ni
siquiera después de que un coche apareciera completamente rayado
en el interior del garaje y junto a él la destrozada cámara que
pudo haber grabado tal delito, pillada a traición por alguien
que, con la situación previamente estudiada, no se dejó ver
hasta el momento de arrancar la cámara de su lugar, tampoco
entonces se hizo nada. El sistema por entonces ya no era fiable,
sólo una cámara enviaba su señal sin problemas y otra una
imagen borrosa en la que nada podía distinguirse.
No importaba, estaba allí para vigilar que, durante mi turno de
trabajo, nada irregular pasara y eso iba a hacer. Seguiría a
aquel hombre hasta donde quisiera ir y más le valía que sus
intenciones fueran honestas.
Pero eso había sido hacía unos minutos.
Ahora, no podía seguirle, en la oscuridad más absoluta, en la
zona donde incluso las luces de emergencia se habían fundido
hace tiempo, era prácticamente imposible seguir una pista.
Aún así avancé decidido, consciente de que un ruido, por
mínimo que fuera, en aquel silencio sepulcral, me pondría de
nuevo sobre la pista. Pero a la vez ignorante de que el ruido de
mis pasos y mi respiración eran casi tan indicativos de mi
posición como una imagen. Pero yo era el vigilante, yo no tenía
nada que temer allí
o eso pensaba.
El caso es que cuanto más me internaba en la oscuridad más
inseguro me encontraba, hay un algo en la luz que nos hace
sentirnos a salvo, por muy conscientes que seamos de que la
oscuridad no alberga ninguna sorpresa, ella misma es razón para
temer. Empezaba a notar como un frío me recorría la nuca y
llegué a pararme y dudar.
Aún estaba a tiempo de regresar a la oficina, coger el garrote,
que reposaba en un rincón abandonado y criando telarañas, desde
tiempos inmemoriales muy anteriores a mí, incluso la linterna
que devolviera un poco de luz a aquellas entrañas
fantasmagóricas.
Fue la creencia de que yo era quien mandaba allí dentro la que
me impulsó una vez más a seguir adelante e ignorar cualquier
medida de precaución.
Un murmullo a mi izquierda amplificado por el eco, entre los
coches me hizo detenerme y girarme, por primera vez realmente
asustado, buscando su procedencia, pero los pasos a mi derecha
desviaron pronto mi atención.
Juraría haber visto moverse una sombra un poco más adelante,
entre las columnas, pero era casi imposible, nadie podía moverse
tan rápido, ni siquiera refugiándose entre los coches
durmientes.
Se me había erizado el pelo de la nuca, tenia la piel de gallina
y si alguien me hubiera tocado en aquel momento hubiera sido
capaz de saltar hasta tocar el techo con la cabeza.
Un garaje es realmente un sitio peligroso si lo piensas bien,
decenas de asesinatos se cometen en estos lugares oscuros y más
en uno que, como aquel, no respeta las medidas de seguridad. Son
el refugio perfecto para maleantes que esperaran una víctima.
Sólo que no piensas en ello hasta que te encuentras en una
situación como aquella.
Una rata, eso debía ser, nada más.
Inspiré profundamente y sentí como la tensión caía de mis
músculos.
Volví a iniciar la marcha, mirando atentamente a derecha e
izquierda antes de dar cada paso, buscando algo que no deseaba
encontrar, acelerando poco a poco la marcha. Casi había olvidado
por qué había bajado hasta allí y mi cabeza empezaba a pensar
en otras cosas, como convencer a los jefes para poder cambiar al
menos parte de los fluorescentes fundidos.
Un momento ¿era aquello una carcajada?
No podía ser naturalmente, pero ahora estaba seguro de que una
corriente fría llegaba desde detrás de mí, provocando con cada
ráfaga un escalofrío en mi espina dorsal.
De nuevo pasos. Me giré pero no ví nada, ni pies, ni aire,
sólo oscuridad.
Tal vez si
Me arrojé más que corrí hacia el interruptor de la luz más
cercano, empezando a temblar de verdad, consciente de que era
inútil, pero también de que allí había alguien más que yo,
una sombra que corría de un coche a otro, tan silenciosa como si
no estuviera allí, pero tan real como yo mismo.
- ¡Bastaaaa! Grité, presionando una y otra vez el
interruptor sin que la oscuridad se alterase lo más mínimo
¡Dejeme en paz!
Otra voz, cuchicheaba junto a la primera, me era imposible
entender lo que decían pero sólo de pensar en que podían estar
hablando de la forma más cruel de matarme se me helaba la sangre
más aún si era posible.
Empecé a retroceder, palpando de columna en columna,
desorientado, tratando de regresar al piso de arriba sin saber si
seguía el camino correcto.
Pero entonces una potente luz se encendió delante de mí
obligándome a que tuviera que taparme los ojos con los brazos.
Aquella luz no pertenecía a los fluorescentes, parecía una
linterna halógena y alguien la tenía que empuñar, alguien de
carne y hueso, aquello no era imaginación mía.
- ¿Quién es usted? dijo una voz que me resultó
conocida.
- Soy el vigilante nocturno dije, intentando aparentar una
valentía que no sentía en aquel momento - ¿Y ahora me va a
decir
?
- Eso es imposible - dijo la voz aparentando estupefacción
El vigilante nocturno soy yo.
La linterna se había desviado de mi cara unos centímetros, lo
suficiente para que pudiera retirar la protección de mis ojos y
pudiera contemplar quién estaba delante de mí.
- ¡Dios mío! exclamé desde el otro lado del duelo -
¿Qué está pasando?
Menos pelo, alguna cana entrevelada y algunas arrugas en la
frente y junto a los ojos, pero básicamente podía decir sin
lugar a dudas que me estaba contemplando a mi mismo, puede que
con 10 o 15 años más, pero era yo sin duda.
Desperté en la oficina, sudando a mares y con la sensación de
pesadez en el cuerpo y los ojos que sólo se te queda cuando
despiertas súbitamente en mitad de un sueño profundo. Eso
había sido, sólo un sueño, un desvarío de la mente. Una falta
de profesionalidad por mi parte, pero nada preocupante.
El portón estaba empezando a cerrarse, seguramente acababa de
entrar o salir un coche, aunque no era capaz a verlo ya, sólo
esperaba que no se hubiera fijado en mi estado o que si lo había
hecho no se lo comentara a mis jefes o mis compañeros.
Algo interrumpió el proceso, la célula fotoeléctrica fue
cortada por un objeto que se interpuso y el portón comenzó a
abrirse de nuevo.
Miré hacia allí y pude ver como un hombre descendía por la
rampa, de forma decidida con la actitud de quien sabe donde va y
por qué, pero su cara me era totalmente desconocida, no le
había visto en todo el tiempo que llevaba trabajando allí.
Me levanté con intención de interceptarle y enterarme de quien
era, pero el solo acto reflejo de levantarme de la silla hizo que
un nuevo escalofrío recorriera mi espina dorsal y mis poros
empezaran de nuevo a excretar el sudor que quedaba en mi
interior.
No, por esta vez lo dejaría pasar. No podría soportar volver a
enfrentarme con mi futuro, otra vez.
Rogelio Pleba