LA SOLEDAD DEL PILOTO

Otra vez en el podium, otra victoria más que sumar a una exitosa carrera, otro motivo más de felicidad en una vida perfecta. Al menos eso será lo que digan los periodicos.
El himno de mi país suena y ya no lo oigo, mis compañeros me felicitan, pero es como si estuvieran muy lejos. Ellos ansían verse donde estoy yo, quieren levantarse una mañana y saber lo que significa ser campeón. Podría decirselo pero no me creerían.
¿Para que sirve ser el mejor? ¿Por qué me levanto cada mañana sabiendo que me juego la vida en cada vuelta con la única motivación de ser cada giro una décima más rápido? Hace años tenía sentido. Todo esto me divertía, este ambiente, esta vida, la batalla por ser el mejor, por hacer algo que nadie más es capaz a hacer. Ahora es mera rutina.
Ahora toca enfrentarse a la rueda de prensa, reencontrarse con esos periodistas que, no importa lo que les digas, acabarán escribiendo las cosas como ellos quieran tergiversando tus palabras, consiguiendo que la gente te odie o te adore según sus deseos. Ellos te encumbran y ellos te hunden, hoy eres el mejor y mañana un presuntuoso sin talento.
No será mucho mejor enfrentarse después a los fans. Todos ellos creen ser mi fan número 1, luchan unos contra otros por tener el record de más estúpidos articulos con mi foto, por estar lo más cerca posible de mí, por tener mayor cantidad de autógrafos, o simplemente por tocarme. A veces me dan ganas de apartarlos de mí a golpes, de gritarles que necesito un poco de espacio, que soy una persona como las demás, pero sería el fin de carrera, de una carrera a la que ya no le veo el sentido, pero de cuyo éxito dependen muchas personas.
Dicen que tengo una familia ideal, que cuando puedo me refugio de la tensión diaria junto a ellos. La cruda realidad es que apenas conozco a mi mujer, la conocí en un Gran Premio como no podía ser de otra forma, ella era modelo y buscaba alguien millonario que la retirara del trabajo de por vida, el paddock está lleno de mujeres así, a las que sólo les interesas por tu dinero, ésta encontró su víctima, pero yo aún no lo sabía. Mis hijos, si es que son mios, me odian, me ven un par de días al mes y ella se ha esforzado en hacerles ver que no pienso en ellos, que sólo quiero ganar y los vendería por una victoria.
Dicen que tengo una vida perfecta, rodeada de lujo, dinero amor y el cariño de la gente, pero lo cierto es que la cambiaría por la de cualquier otra persona y sus problemas diarios.
Atrás quedó aquel niño iluso que comenzaba en los karts, aquel que lo quería ganar todo, el hombre que lo sustituyó sólo va más rápido que los demás con la esperanza de que un día la velocidad le permita escapar del mundo.

 

Rogelio Pleba